Muchos años atrás, cuando se realizaban los primeros intentos de hacer traducciones por máquina, se pidió a un ordenador que tradujera al inglés la frase: "El espíritu está pronto, pero la carne es débil". El programa tradujo: The whisky is ready, but the meat is underdone. Es decir: "El whisky (o güisqui, si somos fundamentalistas de la castellanización) está listo, pero la carne no está bien cocida". Obviamente, el programa interpretó "espíritu" como bebida espirituosa y "carne" como producto comestible (meat), no como la vil sustancia que es presa de las tentaciones terrenales (flesh). Produjo una versión muy coherente en sí misma, aunque no precisamente fiel al texto evangélico original.
Puede ser escalofriante recordar esta anécdota cada vez que leemos la traducción de un texto literario. ¿La traducción estará tan alejada del original como el whisky del espíritu?
Ante todo, debemos resignarnos a aceptar que ninguna traducción dice lo mismo que el original. Puede respetarlo, distorsionarlo, arruinarlo, desfigurarlo, imitarlo y hasta mejorarlo. Nunca puede reproducir en forma idéntica el mundo de evocaciones y connotaciones propios de otro idioma y otra cultura, la música de otra lengua.
Aun así, no es preciso llegar a los extremos de aquel programa informático, que no era infiel a la lógica sino al contexto. (Carne, flesh: ¡qué concepto extravagante para una aplicación de software!) No podemos reproducir un texto con exactitud, pero podemos reflejarlo de tal modo que el lector experimente la misma gama de emociones, reflexiones y situaciones que presenta el original.
¿Qué hace el traductor para reflejar el populoso mundo de fantasía de una novela como Shadowmarch? Una respuesta detallada sería tan larga como la novela misma, pero mucho menos amena, así que me limitaré a un ejemplo sencillo, casi pedestre, pero ilustrativo precisamente por eso. La traducción es un campo minado donde son frecuentes los obstáculos rutinarios pero traicioneros. Hay más valles que picos, pero de esos valles depende la armonía del conjunto.
Como cabe esperar, en la saga de Shadowmarch abundan los seres imaginarios: hay caverneros, techeros y crepusculares, y también hay un pueblo que vive en el agua, los Skimmers. Los Skimmers son humanos, pero tienen características físicas especiales, propias de su hábitat. Aclaremos que aquí no hay ningún alarde literario del autor. El verbo to skim es una palabra común, que podemos traducir por rozar, patinar o deslizar, e incluso por desnatar o espumar. Por describirlo de un modo gráfico, es lo que hace un guijarro cuando lo arrojamos al agua, de modo que patine por la superficie antes de hundirse.
Los Skimmers, pues, serían "deslizadores". ¿Puede haber un gentilicio más torpe e irritante? Cuando un personaje los mencione sin mayores aclaraciones, ¿el lector recordará que los deslizadores son personas? Cuando se hable de un "pescador deslizador", ¿el lector entenderá de qué se trata, suponiendo que perdone la cacofonía? Nótese, además, el detalle de la mayúscula inicial, que en inglés es obligatoria para los gentilicios. En castellano uno es chino, italiano u ona, pero en inglés es Chinese, Italian u Ona. No hay posibilidad de confundir un skimmer (un vehículo que se desliza por el agua) con un Skimmer (miembro de un pueblo imaginario de la saga de Shadowmarch).
Los deslizadores no funcionan. Debemos buscar otros caminos, quizá con ayuda de una lista mental o escrita de palabras reales o inventadas. Veamos. Los Skimmers flotan y nadan. ¿Serán flotadores, flotantes, flotones, floteros, flotangos? ¿Nadadores, naderos, nadantes, nadosos, natatorios? Algunos de estos candidatos son decididamente absurdos, o bien se niegan a colaborar, pues no quieren desprenderse de sus acepciones habituales. Pero no excluimos ninguno de antemano, ya que cualquiera de ellos puede inspirar una solución. En este caso, flotante nos lleva a boyante, y en principio no está mal. Hasta suena simpático hablar del pueblo de los boyantes. Eureka. Damos el problema por resuelto, hasta que recordamos que "boyante" tiene una connotación de prosperidad o pujanza, como cuando hablamos de una economía boyante. Los Skimmers de Shadowmarch no sugieren prosperidad ni pujanza: viven en casas precarias en la zona del puerto.
El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Queremos ceder a la tentación de pensar que la palabreja es intraducible. Lamentablemente, a ningún traductor le pagan por llegar a esa brillante conclusión.
Reiniciemos la búsqueda. ¿Qué caracteriza a los Skimmers? Son pescadores y nadadores, boteros y cazadores de tiburones, y en general no se alejan de la orilla. La sencilla respuesta, vergonzosamente obvia: los caracteriza el agua. Agua, pues, y una nueva lista de candidatos. ¿Aguales, aguateros, aguacates, aguamaniles? ¿Acuíferos, acuosos, acuantes, acuálidos?
Acuanos, quizá. Los habitantes de un mismo país o región son paisanos. Los habitantes del agua bien podrían ser acuanos. La palabra sugiere un gentilicio, como afgano, valenciano, marciano o venezolano. Es un tanto insulsa, pero un gentilicio tiene derecho a ser insulso. Es modesta, pero su modestia garantiza cierta eficacia: no queremos que proclame a gritos que resultó difícil de encontrar. No imita servilmente el original, pero refleja su intención, mentar un pueblo imaginario entre otros pueblos imaginarios.
Quizá el camino que va de Skimmer a "acuano" sea tan tortuoso como el que va de "espíritu" a "whisky", pero en este caso el resultado es más amable con el original. Las misteriosas criaturas acuáticas de Tad Williams llegan discretamente a buen puerto.