lunes, 31 de enero de 2011

¿Saldar o no saldar?

En el momento de crear este blog, la categoría "mis dudas" estaba pensada como una forma de clasificar aquellas cuestiones que me han dado mucho que pensar pero donde todavía no he llegado a una conclusión. Aunque hasta ahora sólo le he dedicado una entrada, hay varios temas que me llevan rondando algunos años, y que no he llegado a discutir aquí porque no ha surgido la ocasión. (Para hablar de la necesidad del catálogo en la entrada citada, tuvo que llegar el agónico momento de ponerme a hacer uno, o más bien dos.)

Pero aunque no haya surgido específicamente la oportunidad, creo que es pertinente hablar de un tema que suele estar en el aire en esta época del año: los saldos.

En la biblioteca de todo lector de fantasía y ciencia-ficción hay un cierto número de títulos (a veces, la mayoría) que se han adquirido a un precio muy inferior al de puesta a la venta. No me refiero a los libros adquiridos en el mercado de segunda mano, sino a los que han sido rebajados por sus editores con ocasión de su descatalogación. A eso es a lo que llamamos habitualmente un saldo.

Antes de continuar, tengo que advertir que las reflexiones que siguen se basan sólo en mi experiencia indirecta; esto es, aunque llevo casi una década siendo editor y a estas alturas conozco al dedillo algunas partes de negocio editorial, en lo referido a los saldos mis conocimientos son sólo marginalmente mayores que los de un lector bien informado, ya que carezco de experiencia directa: nunca he saldado mis libros (con la salvedad que contaré más abajo). ¿Por qué no lo he hecho, si otras editoriales lo hacen rutinariamente? Ésa es la pregunta a la que voy a intentar responder a continuación.

Tradicionalmente, hay dos razones por las que los lectores de fantasía y ciencia-ficción nutren sus bibliotecas con saldos en una mayor proporción que los lectores de otros géneros (según sugieren las pruebas anecdóticas).

La primera, que estos lectores suelen pertenecer a redes de intercomunicación (las tertulias, fanzines y convenciones ayer, los diversos avatares de internet hoy) que les permiten estar al tanto de la aparición de los saldos y aprovecharlos. Si podemos suponer que un saldo de cualquier otro género o temática va dirigido a los compradores de impulso, que se verán seducidos por el bajo precio de títulos que en principio les son indiferentes, me atrevo a suponer también que con los lectores de género sucede lo contrario: conocen los títulos que se saldan, pueden discriminar entre ellos los más interesantes, y acuden ex profeso allí donde haya saldos (todo lo cual no quiere decir que no se produzca además compra de impulso, claro). En otras palabras, la organización social de los lectores de género favorece que compren todo lo que puedan en saldos.

La segunda, que la fragilidad de la edición de ciencia-ficción y fantasía en España ha propiciado históricamente el cierre sucesivo de la mayor parte de las colecciones dedicadas a estos géneros, cierres que han solido ir seguidos de saldos de los títulos desahuciados. Es decir, que la inestabilidad consustancial a esta industria editorial particular propicia la aparición de saldos más amplios que en otros géneros.

En esta visión tradicional, los saldos de estos géneros no sólo son una dolorosa consecuencia de la estrechez del mercado de fantástico, sino también un mal irredimible que hace que nuestro público objetivo dirija sus escasos fondos no a la compra de las novedades, sino a la de títulos fracasados comercialmente, estrechando por tanto aún más el mercado en un círculo vicioso propio de tragedia griega.

Pueden añadirse también otras consecuencias innegablemente perniciosas de los saldos. La editorial que los practica puede llegar a ser conocida entre los aficionados por ofrecer sus títulos, pasado un tiempo de la puesta a la venta, a un precio muy rebajado, lo que podría desincentivar la compra de sus novedades a su precio completo.

Se puede argumentar también que un público acostumbrado a comprar muy barato deja de entender el porqué de los precios habituales de los libros; es decir, tiene una impresión falsa del coste real de producción. Y esto es así porque mientras que del precio de venta normal obtienen un rendimiento el librero, el distribuidor, el editor, el traductor, el impresor y los demás implicados en la producción del libro (como conté someramente aquí), del precio de venta del saldo sólo se benefician el librero, el distribuidor y el editor. El autor no entra en el reparto; no digamos ya el traductor. ¿Y qué respeto por el fantástico y sus practicantes pueden sentir unos lectores habituados a disfrutar de libros saldados, cuyos autores, por definición, no han sido remunerados? ¿Cómo pueden llegar a apreciar el trabajo del traductor, si de entrada asumen que su trabajo no merece una retribución? Y, en definitiva, ¿cómo pueden considerar importante y digna su afición, si se basa la aceptación de unas prácticas injustas? La respuesta puede ser que el lector de fantasía y ciencia-ficción acepta implícitamente, mientras disfruta de los saldos, que su afición es exactamente tan vulgar, tan poco valiosa y tan poco digna como sus detractores dicen que es. Frecuentar saldos puede verse, entonces, como una forma de autodesprecio. Y si todos lo hemos hecho, ¿qué dice eso de nosotros como colectivo?

Ahora bien, si la cosa estuviera tan clara, esta reflexión no aparecería en la categoría reservada para mis dudas. Hace unos años, cuando se me planteó la posibilidad de saldar aquellos ejemplares de mis libros que en aquel momento generaban un gasto de almacén que no se justificaba por la posibilidad de que en algún momento se fueran a vender, dediqué un tiempo a examinar fríamente los pros y los contras de esta solución.

Lo primero que hay que decir frente a la visión antes expuesta es que no sólo saldan las editoriales que cierran o las colecciones que desaparecen. Cada vez más, es práctica habitual de algunas editoriales grandes, pequeñas y medianas el saldar segmentos de sus líneas editoriales periódicamente, en fechas escogidas que suelen coincidir con épocas de rebajas. Por supuesto, detrás del saldo se encuentra el mismo fracaso comercial al que me refería antes, pero al producirse periódicamente, no da la impresión de reflejar el hundimiento de un proyecto, sino un mero resarcirse en alguna medida de operaciones comerciales no suficientemente exitosas. Esto tiene una lectura positiva: en una época en que la vida del libro, su presencia en librerías, es cada vez más corta, ¿es realmente reprochable que el editor use el saldo, uno de los pocos medios de relazamiento y reposicionamiento a su alcance? Así, el saldo pasaría de ser un síntoma de decrepitud a una saludable política industrial.

Esto viene corroborado por las formas que ha adoptado el saldo en los últimos años. Si originalmente el editor entregaba los ejemplares a saldar a distribuidores especializados a cambio de un precio mínimo, y éstos rotaban esta mercancía por puntos de venta específicos (ferias del libro usado, cadenas de tiendas con secciones de saldos...) hasta que se agotaba, asumiendo el riesgo de que no se vendiera (o eso tengo entendido: ya digo que carezco de experiencia directa), en la actualidad las editoriales prefieren, como paso previo, cambiar los precios a los libros (hasta niveles de saldo) y ofrecerlos a ese nuevo precio a sus puntos de venta habituales (sobre todo, grandes superficies), donde pueden formar parte de promociones especiales pero, en todo caso, siguen estando en el circuito normal del libro, lo que quiere decir que pueden ser devueltos. El saldo, con sus connotaciones de ser poco más que llamar al trapero para que se lleve los papeles viejos, se sustituye por la oferta a bajo precio, una sagaz política comercial que tiene la ventaja de eludir hábilmente las limitaciones del precio fijo obligatorio. Más limpio, más moderno, más profesional.

(Pero este punto de vista tiene un lado nada, pero nada bonito: si el saldo o el repreciado está absolutamente integrado en el calendario de la editorial, es fundado suponer que el editor ha previsto los rendimientos posibles del saldo como parte integral de su cálculo de costes y beneficios de un título dado. Es decir, el editor puede haber decidido de antemano que parte de su negocio pasa por no pagar parte de las ventas al autor y otros colaboradores.)

Por otra parte, pueden señalarse los efectos positivos de un saldo. ¿Cuántos autores hemos leído porque les dimos una oportunidad gracias al bajo precio? Por no hablar de cuántos libros mediocres han merecido una opinión indulgente gracias a la satisfacción que produce el haberlos comprado baratos. ¿No es esto, después de todo, bueno para el lector, el autor y el editor? Y si un libro tiene más oportunidades de ser leído y disfrutado si se salda, ¿cuánto de nuestro acervo de grandes obras del género reposa sobre el saldo, esa gran práctica popularizadora? Basta examinar cualquier lista de los mejores libros de fantasía y ciencia-ficción. El saldo, desde este punto de vista, sería como una siembra; una forma de cultivar un mercado. En el mejor de los casos, un autor saldado puede ser reeditado años después, aprovechando la relativa popularidad cosechada.

Así que tenemos por un lado las razones para no saldar (posible mala imagen para la editorial, socavamiento de un mercado delicado, desprestigio del género, desincentivación de la dedicación profesional de los escritores...), y por otro las razones para hacerlo (dar un último aliento al libro, resarcirse de las pérdidas, popularizar a los autores, llegar a nuevos lectores...).

Por supuesto, no he citado hasta ahora la causa inmediata fundamental de los saldos, sean consecuencia de un final de proyecto o una práctica regular de una editorial en marcha: que a veces hace falta dinero, y rápido, y convertir en líquido (por poco que sea) los ejemplares almacenados (que sólo generan costes) es una tentación inevitable. Tener 50.000 ejemplares almacenados sin posibilidad de salida es un gasto inútil; pero si por cada ejemplar podemos sacar un euro, la cosa pinta de otra manera, ¿verdad? Así que la causa fundamental de un saldo sería, después de todo, obtener financiación, y las demás razones podrían ser racionalizaciones de esta necesidad.

Como contaba antes, hace unos años se me planteó esa posibilidad. Por suerte, al sopesar los pros y los contras me di cuenta de que no me afectaba la razón fundamental: no me hacía falta refinanciarme urgentemente. Podía, por tanto, considerar las demás razones a favor sin verme conminado a aceptarlas, y examinarlas sin que fueran racionalizaciones. Encontré que pesaban considerablemente... y sin embargo, no saldé. Al final (e insisto que gracias a que me encontraba en la posición privilegiada de no necesitarlo), me di cuenta de que, por mucho que ganase saldando, perdería el respeto por mi trabajo al que me refería más arriba. Creo que puede argumentarse que el editor que salda está emitiendo el mismo mensaje sobre los géneros que acepta implícitamente el lector que compra el saldo: no es digno, no es importante, no vale la pena. Y como mi interés por publicar ciencia-ficción y fantasía es mucho más que comercial, y supone la plasmación de una vida de afición, no creo que pudiera seguir haciéndolo si asumiese que este interés es por algo indigno, vulgar o carente de sentido. Mi entusiasmo, mi creencia en mis libros, mi compromiso con lo que hago, es una parte fundamental del placer que me causa mi trabajo, y dado que el día a día de un pequeño editor tiene otras facetas menos placenteras, creo que es sensato defender aquello que lo hace satisfactorio y le da sentido.

Y como conclusión de ese proceso, solucioné el problema de los ejemplares sobrantes dedicándolos a actividades promocionales: no obtuve ningún rendimiento económico por ello, pero afortunadamente tampoco me vi en la tesitura de tener que destruirlos y, ¿quién sabe?, quizá alguno de esos ejemplares acabó causando algún bien, en el mismo sentido en que teoricé que podría hacerlo un saldo, pero sin sus consecuencias perjudiciales.

Ahora bien, según alcanzaba esta conclusión, me di cuenta también de que ésta era tan rematadamente sentimental que no tenía por qué extenderse a las partes de mi actividad editorial con las que mi conexión emocional fuera menos intensa. Al concluir que no saldar era una consecuencia lógica de mi gusto por los géneros fantásticos, automáticamente asumí que podría saldar, si era necesario, mis títulos de otros géneros. Y aunque con el paso el tiempo se vio que no era realmente necesario en términos financieros, no puedo negar que sentía curiosidad por el proceso; y además, una vez había desarrollado hipótesis positivas sobre el saldo, ¿no habría que probarlas?

Finalmente, hace unos meses reprecié un título del que me sobraban ejemplares y que consideré que así podría encontrar un público nuevo, El evangelio secreto de Kiril Yeskov (publicado en 2006), y la distribuidora de Bibliópolis lo ofreció a varios puntos de venta (fundamentalmente una gran superficie, pero cualquier librero interesado puede recibirlo al nuevo precio). Es muy pronto para evaluar los resultados (ya conté que con este sistema, los libros pueden ser devueltos), pero de entrada parece que se han generado muchas ventas. Desde luego, quedan muchos flecos por aclarar, y precisamente por eso ha sido una buena idea hacer el experimento. Por ejemplo: mi intención es mantener todos mis libros en catálogo. ¿Cómo afecta a esto el nuevo precio? ¿En nada? Quizá, o quizá no; lo averiguaré sobre la marcha.

Dando por sentado que ha sido satisfactoria (lo que es mucho anticipar, pero bueno), ¿repetiré la experiencia? Con algún libro histórico o general publicado hace el suficiente tiempo (idealmente, cuatro o cinco años), seguramente sí... si la distribuidora lo acepta, que no es algo tan automático; pero con libros de ciencia-ficción y fantasía, seguramente no, nunca.

viernes, 28 de enero de 2011

Reseñas de La hija del dragón de hierro, de Michael Swanwick

Han aparecido recientemente dos reseñas de La hija del dragón de hierro de Michael Swanwick:

Fronterad

A Book a Day till I Can Stay (en inglés)

La primera es de Andrés Ibáñez, que hace unos meses le dedicó a Sapkowski la estupenda columna que comenté aquí; en cuanto a la segunda, ésta es mi traducción:

"He tenido la suerte de experimentar aquel viejísimo cliché sobre "perderse en un buen libro". Es raro que esto suceda, pero pasa. Ser completamente transportado al mundo invocado por la imaginación de un escritor es algo delicado y maravilloso.

En el curso de este desafío [escribir una reseña al día mientras espera la concesión de un visado de trabajo en Australia] he experimentado esto sólo en dos o tres ocasiones. Geoff Ryman [con The Child Garden] me proporcionó una de tales diversiones, así como David Mitchell [con Cloud Atlas]. Al escribir cada entrada de este blog, me vuelvo cada vez más ansioso de experimentar de nuevo la sensación de hundirme en otro mundo imaginario.

Las primeras páginas de la novela de Michael Swanwick prometían exactamente eso. Jane Flordaliso ha crecido en una fábrica que proporciona dragones a los reinos élficos. Es humana, pero tan esclava como los demás trabajadores, elfos, cambiaformas y otras clases de hadas, propiedad de la propia fábrica. A Jane la convencen para que ayude al problemático Gallo a sabotear la fábrica en un intento de asesinar a su supervisor, el asqueroso Blugg. El plan de asesinato falla y su instigador pierde un ojo como consecuencia, pero Jane vuelve a su catre con el medio para su propia huida. Un grimorio que detalla la fabricación de dragones.

Según crecen sus conocimientos sobre el funcionamiento de estas increíbles monturas aereas, comienza a percibir una voz que la llama al patio de la fábrica. Allí encuentra al dragón Número 7332, que la engatusa con promesas de liberarla del sufrimiento de la fábrica. Sin embargo, pronto se da cuenta de que ha cambiado a un amo por otro, y el caos indiscriminado que el dragón desencadena sobre la fábrica mata tanto a sus enemigos como a los pocos amigos que tenía.

Lo que sigue es una narración que podríamos calificar de dickensiana sobre el ascenso de Jane en la sociedad élfica, un universo pagano, duro y cruel que sin embargo se nutre de la industria. Las diversas razas de hadas conviven en una sociedad basada en la dominación y la explotación. Jane comienza su educación formal disfrazada de ninfa de los bosques normal y corriente con el objetivo de aprender a reparar a Número 7332, descubre su pasión por el robo y gracias a su astucia obtiene una beca para estudiar ciencias alquímicas en la universidad. Con cada ascenso en la sociedad se encuentra atrapada en las mismas narrativas, triángulos amorosos y amargas enemistades. Los rostros y los nombres reaparecen con tanta frecuencia que llega a dudar de la realidad de su existencia. Bajo esa superficie, sabe que el dragón la está controlando, usándola como pieza en un juego de estrategia cósmica que no puede comprender.

Swanwick prepara un guiso delicioso con tropos de la fantasía y el steampunk que gira en torno a los dos polos del nihilismo cósmico y la transformación alquímica. La hija del dragón de hierro es un libro perversamente gamberro, de alcance ilimitado y con un malévolo sentido del humor. Hay toques de Dickens dispersos por toda la novela, incluyendo una referencia a la ruptura de una bota de vino como signo de la creciente inestabilidad de París en Historia de dos ciudades. Las convenciones onomásticas también recuerdan a los caprichosos nombres de Dickens, aunque Swanwick incluye igualmente alusiones a la mitología galesa para recordarnos que se trata en primera instancia de una novela de fantasía. Las escenas de rituales de magia sexual, las costumbres reproductivas de las gárgolas, los elfos que esnifan rayas de coca y ver a Jane consultando a una bruja sobre métodos anticonceptivos complican la clasificación categórica.

Pues hay que decir que se trata de una visión de la fantasía profundamente retorcida, un extravagante psicodrama que deja muy atrás a autores como China Miéville, situándose más cerca de un Samuel R. Delany o un M. John Harrison.

Contar más me temo que sólo estropearía la experiencia de leer este libro por uno mismo. Escribir esta reseña ha sido para mí un placer tan grande como leer el libro del que trata. Una revelación, caprichosamente profundo y deliciosamente retorcido. Otro abrumador éxito de la colección Fantasy Masterworks de Gollancz."

En esta entrada del pasado mes de febrero podéis encontrar otra reseña del mismo libro y mi comentario.

viernes, 21 de enero de 2011

Clase de José María Faraldo en la Universidad Autónoma de Madrid

El pasado jueves 13 de enero, invitado por el profesor Iván Martín Cerezo, el traductor José María Faraldo acudió a la Universidad Autónoma de Madrid a dar una clase en la asignatura de Literatura Comparada y Traducción (de la carrera de Traducción e Interpretación) sobre su trabajo en la Saga de Geralt de Rivia y otras obras de Andrzej Sapkowski.

Faraldo, que es profesor de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, empezó presentándose como traductor de fantasía y sin embargo intelectual (investigador de temas de Europa Central y del Este). Contó cómo había empezado a traducir mientras estudiaba, principalmente documentos relacionados con su campo de interés, y cómo finalmente había acabado en la traducción literaria.

Destacó que en las reseñas de la obra de Sapkowski se hace referencia casi siempre a la traducción, algo que no es habitual. Esto le parece asombroso, porque el traductor suele ser invisible, lo que achaca a un fallo de la cultura humanística española.

Atribuyó su forma de plantearse la traducción de la Saga de Geralt de Rivia a su intención de realizar un trabajo comercial. El tipo de traducción que realizó de Sapkowski (a quien se refirió como "un Umberto Eco de la fantasía", por los diversos niveles de sus obras) habría estado determinado por una estrategia de publicación que buscaba causar un efecto determinado sobre el lector. Ante su público de futuros traductores, Faraldo insistió en que la traducción debe abordarse con una finalidad en mente.

Puso como ejemplo un diálogo del relato "El confín del mundo" (en El último deseo) para explicar que el habla campesina que allí se encuentra no es un dialecto concreto existente, sino que lo construyó a partir de muchos elementos diferentes para resolver el problema de traducir el polaco de Sapkowski. La base principal son los dialectos de la zona norte de Extremadura, a medio camino entre el castellano y el leonés, con aportaciones de Talavera, su ciudad natal, y recuerdos de la forma de hablar de su abuela.

Explicó que la traducción de los arcaísmos fue especialmente complicada, ya que en la tradición literaria española el uso de lo castizo, de formas que recuerdan a la literatura del Siglo de Oro, está extendido (citó a Cela o Unamuno), mientras que en polaco este recurso es algo muy nuevo. Para mantener el efecto, pues, elevó el nivel de los arcaísmos.

Lo mismo sucedió con las expresiones soeces y vulgares, que en polaco son mucho menos frecuentes en el lenguaje literario. Para conservar el impacto sobre el lector del uso deliberado de estos tacos y palabrotas, había que darle otra vuelta de tuerca en castellano.

El fin buscado era sorprender al lector español tanto como el original había sorprendido a los lectores polacos. Comercialmente, se trataba de que se apreciase que Sapkowski era algo distinto. Y funcionó. Segun Faraldo, se vendió a los lectores un lenguaje, algo excepcional en la edición de fantástico.

Sobre la necesidad de incorporar material al original, puso un ejemplo igualmente de "El confín del mundo" en el que, para justificar una referencia a una expresión polaca al final del texto, pidió permiso al autor para incluir al principio del relato una frase de diálogo que explicase dicha expresión. El objetivo era conseguir que las referencias del texto fueran inteligibles.

Añadió que el traductor debe ser honrado y admitir que, aunque su trabajo es creador, su función es la de servir de medio. Y como tal, comete errores. Puso como ejemplo el trabajo de una doctora polaca sobre la traducción al castellano de El último deseo, donde ésta halló, sin atisbo de ironía, un significado cultural netamente español en el cambio de una frase que, en realidad, había sido trastocada por error (y subsanada en ediciones posteriores): "... el sol se pone y la vodka se acaba" apareció en castellano como "... el sol sale y la vodka se acaba".

Acabada su intervención, Faraldo respondió a las preguntas de los alumnos, que se interesaron por otros problemas traductológicos que hubiese encontrado. Faraldo citó la gastronomía, que es muy importante en la Saga de Geralt de Rivia, y que en el original siempre está relacionada con la tradición polaca. Probó primero a acercar la realidad polaca al lector español cambiando algunos platos por otros conocidos en España, pero finalmente optó por una mezcla entre referencias españolas y polacas.

También le preguntaron si estaba a favor de usar las notas a pie de página, y respondió que no, pero por otra parte contó que siempre ha tenido la intención de realizar algún día una edición anotada de la Saga. Así mismo, le plantearon la importancia de conocer la cultura de partida, y afirmó que para él era muy diferente traducir del polaco o del alemán, culturas que le permean, que del inglés, que entiende y traduce, pero en cuya cultura no ha vivido.

Otra pregunta fue referida a la traducción de Sapkowski a otras lenguas y la calidad de estas traducciones, y Faraldo respondió que por lo que le consta por su experiencia personal y las constataciones del propio Sapkowski, mientras que las traducciones rusa y checa son buenas (la rusa fue muy criticada por ser inventiva, cosa que Faraldo defiende), la alemana es muy mala y causó el fracaso inicial de la Saga de Geralt de Rivia en Alemania, y la inglesa es insuficiente, precisamente porque no prestó atención al lenguaje.

Finalmente, los alumnos le plantearon a Faraldo la conveniencia para un traductor joven de encontrar a un autor nuevo que ofrecer a los editores, y Faraldo contestó que le parecía una buena estrategia. Y con la pregunta de un alumno definitivamente obnubilado sobre si de verdad que era español, se dio fin a la clase.

martes, 18 de enero de 2011

Reseñas de Luminoso, de Greg Egan

Han aparecido recientemente las siguientes reseñas de Luminoso de Greg Egan:

Bem On Line

Rescepto Indablog

En ambos casos se trata de reseñas meticulosas que describen y critican cada relato, como suele ser habitual tratándose de una colección. Pero también apuntan los grandes temas de Egan y señalan los parentescos entre sus relatos y sus novelas, algo que me parece muy interesante.

Simpatizo menos con la decisión del reseñador de Bem On Line de clasificar cada relato en función de su accesibilidad: Egan tiene ya una carrera y una fama lo suficientemente sólidas como para que podamos presumir que, ante cualquier dificultad en su lectura, la culpa es probablemente del lector. Por eso, yo me lo pensaría dos veces antes de usar términos como "opaco" o "espeso"; en una reseña sobre un autor tan rematadamente bueno, estos términos me informan más sobre el poco tiempo que el lector ha dedicado al libro, o su falta de voluntad para profundizar en él con calma, que sobre las cualidades de la escritura.

Dicho lo cual, admito que en ocasiones Egan me supera. Por supuesto que a menudo trata temas que no domino. ¿Y qué? Lo importante es que los trata con competencia y verosimilitud. Y más importante todavía es que, por mucho que uno pueda estar poco familiarizado con las propuestas punteras de Egan, en sus cuentos siempre, siempre, hay algo que da que pensar. En mi opinión, además, en Luminoso Egan está especialmente comedido, y sólo hay un relato que realmente confirma los temores que expresa el reseñador de Bem On Line: el último, "La inmersión de Planck".

Y esto es porque se trata de un curioso ejemplo de un tipo de ciencia-ficción relativamente poco frecuentado: la ciencia-ficción en sentido literal, es decir, ficción sobre la ciencia (aunque no la ciencia como empresa humana, sino como construcción intelectual). En suma, lo que Egan hace aquí es proponer ni más ni menos que su propia teoría sobre las bases de la mecánica cuántica. Yo no calificaría esto de ciencia-ficción hard, ya que diría que ésta da por sentado el acervo científico y lo extrapola, mientras que en su relato Egan hace un replanteamiento completo, anticipando las versiones alternativas de la ciencia que desarrollará en novelas como Incandescence o, según parece, la futura The Clockwork Rocket.

Aunque en el camino ocasionalmente nos deje atrás a la mayoría de los lectores, hay que reconocer a Egan que, una vez más, ha llegado allí donde no llegan los demás escritores de ciencia-ficción. Por eso nos gusta tanto.

jueves, 13 de enero de 2011

Oro, de Isaac Asimov

Juanma preguntó:

Yo estoy a la espera de un relato (o recopilación de relatos, no estoy seguro) que está inédito en castellano: Oro, creo que es su título. ¿Está recogido en alguno de esos lanzamientos que anuncias? Gracias y un saludo.

Aquí tienes la información que buscas. (Creo que ésta es la respuesta más corta que he dado hasta ahora.)

miércoles, 12 de enero de 2011

La serie de Alan Lewrie, de Dewey Lambdin

Alf preguntó:

Bueno, digerida ya hace meses ávidamente La fragata Cockerel, y leyendo las vicisitudes de cada aventura editorial, nos preguntamos si habrá habido suerte, se habrá vendido mucho y podremos estar pendientes de la aparición de la próxima entrega (A King's Commander).

Con los datos de los tres primeros meses en la mano, me alegra poder dar la noticia de que parece que los lectores han respondido y han comprado esta novela lo suficiente para que resulte rentable. Digo "parece" porque es un poco pronto para echar las campanas al vuelo, ya que hasta pasados seis meses o más de la puesta a la venta no se tiene una imagen real de la suerte comercial de un título. Pero dado que La fragata Cockerel partía con el considerable handicap de un aumento de precio (y aunque también es la entrega más extensa hasta ahora, esto no se nota porque el papel usado en esta edición tiene menos volumen del habitual), creo que nos podemos permitir el optimismo de considerar que, si los ejemplares han ido saliendo de la distribuidora, es porque se han ido vendiendo. ¿Mucho? No, pero sí lo suficiente.

De confirmarse estos datos, obtendríamos la interesante conclusión de que los seguidores de esta serie no sólo son extremadamente fieles (lo que ya sabíamos por las ventas inusitadamente uniformes de las tres entregas anteriores), sino que además están dispuestos a pagar un poco más por seguir leyéndola. Me gustaría poder ofrecerla a un precio más bajo, pero como conté aquí, la elección estaba entre subir el precio o abandonar su publicación. De hecho, esta subida ha supuesto repartir entre los lectores ya existentes de la serie (un número, como digo, particularmente consolidado) el coste de publicar un nuevo título. Y eso exactamente es lo que tendremos que hacer en la futura publicación de cualquier otra entrega de una serie que no vaya lo suficientemente bien: repercutir el riesgo en el precio. La alternativa, es decir, empeñarse en publicar continuaciones deficitarias manteniendo el precio, supone acumular pérdidas morrocotudas, como sé demasiado bien. Por supuesto, no cuento con que todos los lectores respondan con la misma fidelidad que los de esta serie naval (lo normal es ir perdiéndolos a cada entrega de una serie), pero éste es el camino a seguir.

Y respondiendo por fin a tu pregunta, en estas condiciones podemos anunciar que si todo va bien publicaremos la siguiente entrega de la serie, A King's Commander (probablemente bajo el título de Comandante del rey), antes de este verano.

martes, 11 de enero de 2011

Características de la edición coleccionista de Geralt de Rivia

Anónimo preguntó:

Yo tengo toda la Saga [de Geralt de Rivia] en edición normal y no he tenido oportunidad de ver ningún ejemplar de las ediciones de coleccionista. ¿Podríais contarme qué aportan respecto a las ediciones normales de esta saga? Gracias.

La edición coleccionista de El último deseo incluye ocho láminas a color con las ilustraciones de cubierta de la edición de la Saga en Alamut, sin rótulos para que se puedan apreciar todos los detalles del trabajo del ilustrador, Alejandro Colucci. Además, incluye un mapa en las guardas y el formato es de tapa dura. Las siguientes entregas de la Saga en edición coleccionista llevan el mismo mapa y están igualmente editadas en tapa dura.

lunes, 10 de enero de 2011

La serie de Saint-Germain, de Chelsea Quinn Yarbro

Anónima preguntó:

Y a todo esto, ¿qué tal fueron las ventas de Hôtel Transylvania? Soy una de esas lectoras a las que les encantaría que siguiérais publicando a Saint-Germain aunque, considerando que tiene veintitrés títulos, ¿sería precipitado pensar que no os compensa?

Anónimo se sumó:
Yo también sigo con pasión Hôtel Transylvania. Deduzco por lo que dices que sus ventas no fueron buenas, ¿verdad? Pues es una magnífica novela, esta señora escribe muy bien, de hecho no entiendo cómo no se vende más. No creo que sea un libro tan arriesgado como los de Kushner o La hija del dragón de hierro. Lo digo porque me parece que Chelsea escribe de una forma bastante clásica, ¿no?, y debería gustar más.

Estoy de acuerdo en que Hôtel Transylvania es una estupenda novela, y me encantaría poder publicar al menos algunas de sus continuaciones (de las que hablé aquí). Sin embargo, por mucho que quienes hemos leído este libro seamos conscientes de sus cualidades literarias y comerciales, el mercado ha hablado: las ventas han sido insuficientes para justificar la publicación de nuevas entregas de la serie.

Consolémonos pensando que por lo menos las obras de esta serie son autoconclusivas, y el placer de leer el primer libro no se lo quita nadie a los lectores que se acercaron a él. Sí, da rabia pensar que en otro universo habríamos podido tener publicados ya a estas alturas dos o tres títulos de Saint-Germain; pero en éste, lamentablemente, han pasado engrosar la fantasmagórica biblioteca de los libros que nunca fueron.