lunes, 31 de enero de 2011

¿Saldar o no saldar?

En el momento de crear este blog, la categoría "mis dudas" estaba pensada como una forma de clasificar aquellas cuestiones que me han dado mucho que pensar pero donde todavía no he llegado a una conclusión. Aunque hasta ahora sólo le he dedicado una entrada, hay varios temas que me llevan rondando algunos años, y que no he llegado a discutir aquí porque no ha surgido la ocasión. (Para hablar de la necesidad del catálogo en la entrada citada, tuvo que llegar el agónico momento de ponerme a hacer uno, o más bien dos.)

Pero aunque no haya surgido específicamente la oportunidad, creo que es pertinente hablar de un tema que suele estar en el aire en esta época del año: los saldos.

En la biblioteca de todo lector de fantasía y ciencia-ficción hay un cierto número de títulos (a veces, la mayoría) que se han adquirido a un precio muy inferior al de puesta a la venta. No me refiero a los libros adquiridos en el mercado de segunda mano, sino a los que han sido rebajados por sus editores con ocasión de su descatalogación. A eso es a lo que llamamos habitualmente un saldo.

Antes de continuar, tengo que advertir que las reflexiones que siguen se basan sólo en mi experiencia indirecta; esto es, aunque llevo casi una década siendo editor y a estas alturas conozco al dedillo algunas partes de negocio editorial, en lo referido a los saldos mis conocimientos son sólo marginalmente mayores que los de un lector bien informado, ya que carezco de experiencia directa: nunca he saldado mis libros (con la salvedad que contaré más abajo). ¿Por qué no lo he hecho, si otras editoriales lo hacen rutinariamente? Ésa es la pregunta a la que voy a intentar responder a continuación.

Tradicionalmente, hay dos razones por las que los lectores de fantasía y ciencia-ficción nutren sus bibliotecas con saldos en una mayor proporción que los lectores de otros géneros (según sugieren las pruebas anecdóticas).

La primera, que estos lectores suelen pertenecer a redes de intercomunicación (las tertulias, fanzines y convenciones ayer, los diversos avatares de internet hoy) que les permiten estar al tanto de la aparición de los saldos y aprovecharlos. Si podemos suponer que un saldo de cualquier otro género o temática va dirigido a los compradores de impulso, que se verán seducidos por el bajo precio de títulos que en principio les son indiferentes, me atrevo a suponer también que con los lectores de género sucede lo contrario: conocen los títulos que se saldan, pueden discriminar entre ellos los más interesantes, y acuden ex profeso allí donde haya saldos (todo lo cual no quiere decir que no se produzca además compra de impulso, claro). En otras palabras, la organización social de los lectores de género favorece que compren todo lo que puedan en saldos.

La segunda, que la fragilidad de la edición de ciencia-ficción y fantasía en España ha propiciado históricamente el cierre sucesivo de la mayor parte de las colecciones dedicadas a estos géneros, cierres que han solido ir seguidos de saldos de los títulos desahuciados. Es decir, que la inestabilidad consustancial a esta industria editorial particular propicia la aparición de saldos más amplios que en otros géneros.

En esta visión tradicional, los saldos de estos géneros no sólo son una dolorosa consecuencia de la estrechez del mercado de fantástico, sino también un mal irredimible que hace que nuestro público objetivo dirija sus escasos fondos no a la compra de las novedades, sino a la de títulos fracasados comercialmente, estrechando por tanto aún más el mercado en un círculo vicioso propio de tragedia griega.

Pueden añadirse también otras consecuencias innegablemente perniciosas de los saldos. La editorial que los practica puede llegar a ser conocida entre los aficionados por ofrecer sus títulos, pasado un tiempo de la puesta a la venta, a un precio muy rebajado, lo que podría desincentivar la compra de sus novedades a su precio completo.

Se puede argumentar también que un público acostumbrado a comprar muy barato deja de entender el porqué de los precios habituales de los libros; es decir, tiene una impresión falsa del coste real de producción. Y esto es así porque mientras que del precio de venta normal obtienen un rendimiento el librero, el distribuidor, el editor, el traductor, el impresor y los demás implicados en la producción del libro (como conté someramente aquí), del precio de venta del saldo sólo se benefician el librero, el distribuidor y el editor. El autor no entra en el reparto; no digamos ya el traductor. ¿Y qué respeto por el fantástico y sus practicantes pueden sentir unos lectores habituados a disfrutar de libros saldados, cuyos autores, por definición, no han sido remunerados? ¿Cómo pueden llegar a apreciar el trabajo del traductor, si de entrada asumen que su trabajo no merece una retribución? Y, en definitiva, ¿cómo pueden considerar importante y digna su afición, si se basa la aceptación de unas prácticas injustas? La respuesta puede ser que el lector de fantasía y ciencia-ficción acepta implícitamente, mientras disfruta de los saldos, que su afición es exactamente tan vulgar, tan poco valiosa y tan poco digna como sus detractores dicen que es. Frecuentar saldos puede verse, entonces, como una forma de autodesprecio. Y si todos lo hemos hecho, ¿qué dice eso de nosotros como colectivo?

Ahora bien, si la cosa estuviera tan clara, esta reflexión no aparecería en la categoría reservada para mis dudas. Hace unos años, cuando se me planteó la posibilidad de saldar aquellos ejemplares de mis libros que en aquel momento generaban un gasto de almacén que no se justificaba por la posibilidad de que en algún momento se fueran a vender, dediqué un tiempo a examinar fríamente los pros y los contras de esta solución.

Lo primero que hay que decir frente a la visión antes expuesta es que no sólo saldan las editoriales que cierran o las colecciones que desaparecen. Cada vez más, es práctica habitual de algunas editoriales grandes, pequeñas y medianas el saldar segmentos de sus líneas editoriales periódicamente, en fechas escogidas que suelen coincidir con épocas de rebajas. Por supuesto, detrás del saldo se encuentra el mismo fracaso comercial al que me refería antes, pero al producirse periódicamente, no da la impresión de reflejar el hundimiento de un proyecto, sino un mero resarcirse en alguna medida de operaciones comerciales no suficientemente exitosas. Esto tiene una lectura positiva: en una época en que la vida del libro, su presencia en librerías, es cada vez más corta, ¿es realmente reprochable que el editor use el saldo, uno de los pocos medios de relazamiento y reposicionamiento a su alcance? Así, el saldo pasaría de ser un síntoma de decrepitud a una saludable política industrial.

Esto viene corroborado por las formas que ha adoptado el saldo en los últimos años. Si originalmente el editor entregaba los ejemplares a saldar a distribuidores especializados a cambio de un precio mínimo, y éstos rotaban esta mercancía por puntos de venta específicos (ferias del libro usado, cadenas de tiendas con secciones de saldos...) hasta que se agotaba, asumiendo el riesgo de que no se vendiera (o eso tengo entendido: ya digo que carezco de experiencia directa), en la actualidad las editoriales prefieren, como paso previo, cambiar los precios a los libros (hasta niveles de saldo) y ofrecerlos a ese nuevo precio a sus puntos de venta habituales (sobre todo, grandes superficies), donde pueden formar parte de promociones especiales pero, en todo caso, siguen estando en el circuito normal del libro, lo que quiere decir que pueden ser devueltos. El saldo, con sus connotaciones de ser poco más que llamar al trapero para que se lleve los papeles viejos, se sustituye por la oferta a bajo precio, una sagaz política comercial que tiene la ventaja de eludir hábilmente las limitaciones del precio fijo obligatorio. Más limpio, más moderno, más profesional.

(Pero este punto de vista tiene un lado nada, pero nada bonito: si el saldo o el repreciado está absolutamente integrado en el calendario de la editorial, es fundado suponer que el editor ha previsto los rendimientos posibles del saldo como parte integral de su cálculo de costes y beneficios de un título dado. Es decir, el editor puede haber decidido de antemano que parte de su negocio pasa por no pagar parte de las ventas al autor y otros colaboradores.)

Por otra parte, pueden señalarse los efectos positivos de un saldo. ¿Cuántos autores hemos leído porque les dimos una oportunidad gracias al bajo precio? Por no hablar de cuántos libros mediocres han merecido una opinión indulgente gracias a la satisfacción que produce el haberlos comprado baratos. ¿No es esto, después de todo, bueno para el lector, el autor y el editor? Y si un libro tiene más oportunidades de ser leído y disfrutado si se salda, ¿cuánto de nuestro acervo de grandes obras del género reposa sobre el saldo, esa gran práctica popularizadora? Basta examinar cualquier lista de los mejores libros de fantasía y ciencia-ficción. El saldo, desde este punto de vista, sería como una siembra; una forma de cultivar un mercado. En el mejor de los casos, un autor saldado puede ser reeditado años después, aprovechando la relativa popularidad cosechada.

Así que tenemos por un lado las razones para no saldar (posible mala imagen para la editorial, socavamiento de un mercado delicado, desprestigio del género, desincentivación de la dedicación profesional de los escritores...), y por otro las razones para hacerlo (dar un último aliento al libro, resarcirse de las pérdidas, popularizar a los autores, llegar a nuevos lectores...).

Por supuesto, no he citado hasta ahora la causa inmediata fundamental de los saldos, sean consecuencia de un final de proyecto o una práctica regular de una editorial en marcha: que a veces hace falta dinero, y rápido, y convertir en líquido (por poco que sea) los ejemplares almacenados (que sólo generan costes) es una tentación inevitable. Tener 50.000 ejemplares almacenados sin posibilidad de salida es un gasto inútil; pero si por cada ejemplar podemos sacar un euro, la cosa pinta de otra manera, ¿verdad? Así que la causa fundamental de un saldo sería, después de todo, obtener financiación, y las demás razones podrían ser racionalizaciones de esta necesidad.

Como contaba antes, hace unos años se me planteó esa posibilidad. Por suerte, al sopesar los pros y los contras me di cuenta de que no me afectaba la razón fundamental: no me hacía falta refinanciarme urgentemente. Podía, por tanto, considerar las demás razones a favor sin verme conminado a aceptarlas, y examinarlas sin que fueran racionalizaciones. Encontré que pesaban considerablemente... y sin embargo, no saldé. Al final (e insisto que gracias a que me encontraba en la posición privilegiada de no necesitarlo), me di cuenta de que, por mucho que ganase saldando, perdería el respeto por mi trabajo al que me refería más arriba. Creo que puede argumentarse que el editor que salda está emitiendo el mismo mensaje sobre los géneros que acepta implícitamente el lector que compra el saldo: no es digno, no es importante, no vale la pena. Y como mi interés por publicar ciencia-ficción y fantasía es mucho más que comercial, y supone la plasmación de una vida de afición, no creo que pudiera seguir haciéndolo si asumiese que este interés es por algo indigno, vulgar o carente de sentido. Mi entusiasmo, mi creencia en mis libros, mi compromiso con lo que hago, es una parte fundamental del placer que me causa mi trabajo, y dado que el día a día de un pequeño editor tiene otras facetas menos placenteras, creo que es sensato defender aquello que lo hace satisfactorio y le da sentido.

Y como conclusión de ese proceso, solucioné el problema de los ejemplares sobrantes dedicándolos a actividades promocionales: no obtuve ningún rendimiento económico por ello, pero afortunadamente tampoco me vi en la tesitura de tener que destruirlos y, ¿quién sabe?, quizá alguno de esos ejemplares acabó causando algún bien, en el mismo sentido en que teoricé que podría hacerlo un saldo, pero sin sus consecuencias perjudiciales.

Ahora bien, según alcanzaba esta conclusión, me di cuenta también de que ésta era tan rematadamente sentimental que no tenía por qué extenderse a las partes de mi actividad editorial con las que mi conexión emocional fuera menos intensa. Al concluir que no saldar era una consecuencia lógica de mi gusto por los géneros fantásticos, automáticamente asumí que podría saldar, si era necesario, mis títulos de otros géneros. Y aunque con el paso el tiempo se vio que no era realmente necesario en términos financieros, no puedo negar que sentía curiosidad por el proceso; y además, una vez había desarrollado hipótesis positivas sobre el saldo, ¿no habría que probarlas?

Finalmente, hace unos meses reprecié un título del que me sobraban ejemplares y que consideré que así podría encontrar un público nuevo, El evangelio secreto de Kiril Yeskov (publicado en 2006), y la distribuidora de Bibliópolis lo ofreció a varios puntos de venta (fundamentalmente una gran superficie, pero cualquier librero interesado puede recibirlo al nuevo precio). Es muy pronto para evaluar los resultados (ya conté que con este sistema, los libros pueden ser devueltos), pero de entrada parece que se han generado muchas ventas. Desde luego, quedan muchos flecos por aclarar, y precisamente por eso ha sido una buena idea hacer el experimento. Por ejemplo: mi intención es mantener todos mis libros en catálogo. ¿Cómo afecta a esto el nuevo precio? ¿En nada? Quizá, o quizá no; lo averiguaré sobre la marcha.

Dando por sentado que ha sido satisfactoria (lo que es mucho anticipar, pero bueno), ¿repetiré la experiencia? Con algún libro histórico o general publicado hace el suficiente tiempo (idealmente, cuatro o cinco años), seguramente sí... si la distribuidora lo acepta, que no es algo tan automático; pero con libros de ciencia-ficción y fantasía, seguramente no, nunca.

11 comentarios:

  1. Tras leer este artículo y el que enlaza sobra lo que cuesta realizar un libro (el cual no había visto pero me alegro de que exista)solo quiero comentar un par de puntos.
    Primero que vi con buenos ojos el relanzamiento de El evangelio secreto y a "buen precio"en un librería de mi ciudad.
    Segundo, el trabajo que realiza su editorial me parece encomiable pero tras algunas "buenas palabras" leídas en los artículos antes mencionados también quiero decirle que como consumidor me parece que sacar una "edición de coleccionista"de un libro en concreto se debería realizar a la par que la edición "no coleccionista", por ejemplo, así se hace en los videojuegos y cada consumidor elige la versión que más le gusta.
    Por otro lado respecto al "saldo"o el bajo precio, quizá sea un irrespetuoso con los autores por elegir formatos más económicos pero si tengo que elegir versiones de un libro elegiré la de menor precio (salvo que la calidad de ésta sea muy baja respecto a la otra)puesto que personalmente lo que me interesa es el contenido del texto y no el continente.
    Aparte de que aunque no conozco bien el mundo de la edición(y corríjame si me equivoco) tengo la impresión de que las editoriales sacan ediciones a menor precio (bolsillo generalmente)cuando dicho libro ha dado suficientes ganancias(no solo las "grandes" editoriales como se ha dicho sino también la edición de bolsillo de Canción de Hielo y Fuego de Gigamesh que no es una "gran" editorial aunque obtenga las ganancias de su propia librería como usted ha mencionado sobre algunas editoriales).Y es que en este aspecto como consumidor consumo lo que más me "beneficia" y bien es verdad que no me paro a plantear si soy irrespetuoso con el autor, el traductor o demás, como usted ha expresado hay mucha compra "de impulso".
    Y sobre la "fama" de la fantasía pues... a saber, pero las novelas por lo general suelen ser fantasía de "corte realista"aunque ya hay fantasía de dicho corte(Sapkowski por ejemplo) pero parece que la mayoría de la gente no admite el que haya un reptil enorme alado o magia en un escrito (aunque bien que admiten que un señor mayor habrá las aguas de un río o que otro señor resucite muertos o que haya seres omnipotentes, y "sus" libros se vendan de forma masiva). La fantasía tendrá ese "yugo" mientras no se cambie la mentalidad respecto a ella.
    Muchas gracias.

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  2. Hola, Luis:

    Me ha sorprendido mucho eso de que el autor no tiene derecho a recibir remuneración por las ventas de saldos o las repreciaciones. ¿En qué ley figura tal excepción?
    Un saludo, y enhorabuena por tu trabajo y tu compromiso con el género.

    Ismael

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  3. Muy interesante post. Por mi parte, como ya comenté anteriormente, me seguiré rascando el bolsillo por principios (los míos y los tuyos). Así que ánimo, y no hínques la rodilla, que de lo "malo" (comprar caro) sale lo bueno (series completas hasta el final y siempre en catálogo).
    Un saludo,
    David

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  4. Magnífica reflexión, Luis. Enhorabuena.

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  5. la política general de saldo me parece errónea, la verdad...pese a los puntos positivos que pudiera tener.
    Mazarbul

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  6. Muy interesante el artículo: ¡parece que estás jugando una partida de ajedrez contra ti mismo, argumentando a favor y en contra a la vez!

    Como autor, estoy a favor de dar salida al libro, sea como sea. Es preferible encontrar nuevos lectores de tus textos, aunque recibas (aún) menos dinero por su publicación (ya que si les gustan, tienes más posibilidades de hacerles fans y que la próxima obra la compren a su precio de salida) que dejarlos orgullosamente almacenados "in aeternum".

    Ahora bien, sería interesante explorar fórmulas menos "denigrantes" que el saldo, al menos formalmente, como por ejemplo la del regalo promocional que citas (se me ocurre hacer una "happy hour literaria" en la Feria del Libro: ¡regalamos durante la próxima hora si resuelve un pequeño juego de adivinanzas o si nos da sus datos -anunciado por altavoces-!)o bien el 2x1: vendes un libro con su precio normal y regalas con él (o le añades 1 euro de coste simbólico) uno de los saldables.

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  7. Me gusta esa idea de meter los saldos en una promo de 1 euro por libro si lo compras junto con uno de precio normal. Conmigo os hinchábais... Grande, Pedro Pablo.
    Saludos,
    David.

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  8. Yo también me apuntaría al 2x1.

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  9. Una interesante reflexión, sin lugar a dudas. No se "criminaliza" al aficionado a la Literatura Fantástica por comprar los saldos, como he leído otras veces en otros lugares.

    Aunque se mencionan los saldos de otros géneros, casi parece que solo se saldan títulos de Literatura Fantástica y no es eso. Si ahora mismo se visitan los lugares donde está el saldo de La Factoría se verán saldos de Ediciones B, Viamagna, Plaza, Mondadori, Crítica, etc, etc., de varios géneros: novela histórica, políciaca, romántica, etc. Incluso se pueden encontrar saldos de ensayos de historia, filosofía, etc.

    El saldo forma parte de la actividad editorial.

    Recordemos cuando algunas editoriales, como Alianza, etc. dijeron hace años que no iban a saldar sino que iban a quemar aquellos títulos que no vendían y no podían soportar los costes de almacen. Todo el mundo el mundo se les hechó enciam.

    Que es mejor ¿saldar o quemar los libros?

    No es tu caso, Luis, pero a veces los aficionados parece que solo vemos "lo nuestro"

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  10. Pero yo al ver el último megasaldo de La Factoría me he deprimido. Mucho.

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  11. En realidad, el autor percibe su porcentaje, pero sobre 1 euro, queda muy poca ganancia.

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