lunes, 24 de mayo de 2010

¿Catálogo o no catálogo?

Al cabo de unos años de actividad editorial, algunos lugares comunes de mi trabajo me dan que pensar. Por temperamento, me gusta dar por supuesto lo menos posible, y prefiero no apresurar las constataciones, sino dar tiempo a que las cosas y situaciones se desvelen completamente; pero además, con frecuencia la práctica de la edición me lleva a poner en duda algunas ideas recibidas. Esta entrada es la primera de una nueva categoría donde plantearé algunas reflexiones en forma de duda; esto es, manifestando de entrada que no he llegado a un convencimiento respecto al tema en cuestión, aunque le haya dado algunas vueltas que considero fundamentadas y que quiero compartir con los lectores.

Hoy quiero hablar de los catálogos editoriales. Recientemente he estado preparando los catálogos de Bibliópolis y Alamut a fin de que estén a tiempo para la Feria del Libro de Madrid, donde mis sellos editoriales estarán presentes por segundo año (como anuncié aquí). He dedicado un tiempo sorprendentemente largo a decidir qué formato y diseño debían tener los catálogos, y parte de ese tiempo lo he pasado resistiéndome a hacerlos y argumentándome por qué no son necesarios. Esto no debería sorprender: después de todo, no he publicado más que un (1) catálogo impreso en todo el tiempo que llevo editando profesionalmente (de Bibliópolis, que sólo abarcaba la colección Fantástica, en 2006). Y los libros incluidos en él se han vendido tanto o tan poco después como cabría esperar previamente, sin que sea posible constatar un efecto de aquel catálogo. Por tanto, la razón más importante que tendría para hacer catálogos regularmente (fomentar las ventas) no me resulta tan evidente.

Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿Acaso no es evidente que un catálogo (sea mero un listado de títulos publicados, al viejo estilo, o un folleto publicitario indistinguible de los del supermercado, como se suelen hacer ahora) es imprescindible para dar a conocer el fondo editorial a distribuidores, libreros y, en última instancia, lectores? Sin duda, no hace daño, pero lo que me planteo es que haga falta: en décadas pasadas, cuando la información sólo podía encontrarse impresa, era absolutamente necesario publicar una lista de títulos para que los interesados pudieran conocer todo lo publicado (hasta tal punto de que "catálogo" pasó a convertirse en una metáfora para el fondo editorial). Pero actualmente, ¿no debería ser suficiente con hacer disponible esa información en internet, donde puede consultarse con las ventajas que ya conocemos (la información es fácil de encontrar, leve de almacenar, barata de producir y modificar)?

Ésa ha sido, de hecho, mi elección tácita: desde el principio he procurado que mis libros estuvieran claramente catalogados en internet, y con ciertas omisiones, sigue siendo así: aunque el catálogo online de Bibliópolis requiere una buena puesta al día, el de Alamut se parece bastante a lo que considero ideal, por sencillo, actualizado y fácil de modificar (aunque es susceptible de algunas mejoras que realizaremos en breve). Lo que es más, han surgido en la última década librerías especializadas online que realizan tan bien su labor de disponer de todo lo que se publica (Cyberdark es especialmente modélica en este sentido) que, de hecho, sus secciones para cada editorial constituyen muy buenos catálogos online (con, además, opción de comentario y compra). Admitiendo que tengo cosas que aprender de estas librerías, y suponiendo que aplicase esas enseñanzas a mis propios catálogos online, ¿no sería ése el formato ideal para esta información?

Estas reflexiones son las que han ocupado mis últimas semanas, hasta el punto de que he tardado tanto en preparar los catálogos para la Feria que sólo el buen hacer de mi imprenta conseguirá que estén a tiempo para la inauguración del próximo viernes (o no). La cuestión de la falta de evidencia de la rentabilidad del catálogo me parece insoslayable: sencillamente, no estoy acostumbrado a diseñar, maquetar, revisar e imprimir una publicación que no va a generar ningún ingreso (ninguno fácilmente perceptible, al menos). Me consta que esto es pensar en pequeño; que los recursos destinados a la promoción no se pierden por no volver en forma de dinero; y que hay que gastar para ganar. Pero lo cierto es que mi modo de encarar mi empresa se parece más al de un artesano que al de un ejecutivo: mis decisiones de cuánto gastar son conservadoras (en cambio, mis decisiones de en qué gastarlo pueden pecar, y han pecado, de arriesgadas). No puedo defender universalmente esta actitud, pero parece que a mí me ha dado buen resultado hasta ahora.

Así pues, ¿cómo he acabado preparando finalmente los citados catálogos para la Feria? Bueno, como sucede a menudo, he llegado a un compromiso entre varias exigencias. Por un lado, mi escepticismo sobre su utilidad, ya expuesto. Por otro, la constatación de que la Feria del Libro de Madrid es un extraordinario escaparate para darse a conocer: el público que acude es tan, pero tan numeroso, que incluso si sólo una minoría son lectores (y compradores), ya es la mejor oportunidad de que dispongo para tener acceso a muchos clientes potenciales. Por tanto, sería un fallo de cálculo no invertir algunos recursos en aprovechar, aunque sea en pequeña medida (es difícil destacar entre los cientos de editoriales y librerías presentes), esa oportunidad. Pero hablaba de haber llegado a un compromiso, y me refiero a que, para evitar que esa inversión sea excesiva, he optado por un modelo de catálogo escueto y, quizá, excesivamente discreto, pero que casa bien tanto con mis preferencias ahorradoras como con mis criterios estéticos: en lugar de publicar un amplio catálogo con una suerte de ficha completa de cada título que he publicado (que a estas alturas supondría no bajar de las sesenta o setenta páginas), he optado por una suerte de checklist al viejo estilo, con una función no tanto promocional como de recordatorio: ¿qué títulos no tienes, oh lector, de mis colecciones?

La solución no es realmente satisfactoria, pero por más que lo pienso, la única razón que encuentro para publicar un catálogo "de exhibición" tan extenso como el que requiriría actualmente mi fondo editorial es... la vanidad. Sí, claro que me haría ilusión contemplar mi vasta (ejem) producción meticulosamente catalogada y profusamente ilustrada. Pero, ¿merece la pena satisfacer ese impulso? Hoy, no. Mañana, veremos.

Entre tanto, quienes paséis por la caseta 186 de la Feria del Libro de Madrid entre el 28 de mayo y el 13 de junio os podréis llevar unos clásicos y contenidos catálogos de Alamut y Bibliópolis... y contarme qué os parecen. Las opiniones de los lectores serán excelentes argumentos para decidirme a plantearme de una forma u otra la preparación de los catálogos en la próxima ocasión.

1 comentario:

  1. Te haré una visita este domingo. Ando por Madrid.
    Mazarbul

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