Ha aparecido la siguiente reseña de Los tejedores de cabellos de Andreas Eschbach:
Los tejedores de cabellos
A la mayoría de mis lectores no hará falta contarles que Los tejedores de cabellos, publicado en 2004, fue uno de los títulos de ciencia-ficción más celebrados de Bibliópolis. Como La historia de tu vida de Ted Chiang, publicado en la misma época, conoció una distribución escasísima que luego han salvado los lectores que, sin prisa pero sin pausa, han ido comprando poco a poco los ejemplares de nuestra edición, en un goteo que continúa hasta el día de hoy y que no tiene visos de detenerse.
Es muy reconfortante que los lectores reivindiquen el interés de una novela que no tuvo suerte comercial en su lanzamiento, pero este éxito pospuesto y prolongado tiene también una lectura negativa, de la que en su momento tomé buena nota: si un libro puede ser tan celebrado como lo fue Los tejedores de cabellos y sin embargo tardar tantísimo tiempo en resultar rentable, no se puede depender únicamente de este tipo de títulos para sostener la editorial.
En lo meramente literario, hay tres características que me gustaría destacar de esta obra. La primera, que el estilo de Andreas Eschbach es de un despojamiento casi absoluto, lo que hace depender la eficacia de la novela sobre todo de su estructura, como detallaré a continuación. Seguramente esta sencillez superficial no ha hecho ningún daño a la fama de Los tejedores de cabellos, que gracias a ella puede ser recomendada eficazmente a lectores neófitos en la ciencia-ficción con la misma seguridad que las obras de Isaac Asimov o Arthur C. Clarke. Pero para mí fue una sorpresa, ya que la leí para evaluarla en la edición francesa (no leo alemán), y la traducción al francés había "mejorado" sustancialmente, por así decirlo, el estilo de Eschbach. Cuando empecé a recibir los primeros capítulos de la traducción de José María Faraldo, mi sorpresa fue absoluta; llegué a escribir al autor para comprobar que no nos estábamos dejando ningún rasgo de su estilo en el camino. Otro tema relacionado con éste y en el que no entraré más que para citarlo es lo sorprendentemente retro del escenario, cuyos gadgets tecnológicos vienen a ser los mismos que los de la ciencia-ficción estadounidense de medio siglo antes: por ejemplo, las astronaves intergalácticas se pilotan... con palancas y botones.
En cuanto a la peculiar estructura de Los tejedores de cabellos, es un rasgo que no pasa desapercibido para ningún lector; es habitual leer que se lo califica de fix up, es decir, de reunión de relatos sueltos sobre el mismo tema, lo que me parece un error evidente: los capítulos de la novela de Eschbach, aunque en buena parte funcionarían independientemente, fueron escritos para ser leídos de corrido y en el orden en que aparecen en el libro, como prueba el que no se publicaran originalmente por separado. Sencillamente, hay lectores que confunden la estructura-organización (como forma de plasmación de una idea) con la estructura-disposición (como resultado de proceso de producción del texto), e identifican la segunda cuando en realidad nos encontramos ante la primera. Mi impresión es que, lejos de ser resultado de una mera acumulación, la estructura de Los tejedores de cabellos permite contar una historia que sería muy difícil, si no imposible, contar de otra forma. O al menos, esta estructura parece tan sencilla y natural, se adapta tan bien a su tema, que resulta muy difícil no pensar que es la forma más eficaz de contar su relato. Mi fascinación por dicha estructura, por cierto, viene de antes de publicar a Eschbach: es parecida a la que prefería Keith Roberts (en Pavana, Los gigantes de caliza o Tierra de cometas). Se trata, creo yo, de la forma adecuada para relatos que exceden la vida de una persona o que tratan sobre fuerzas impersonales.
Por último, también se ha escrito mucho sobre las connotaciones políticas y culturales de Los tejedores de cabellos (hay un buen resumen de ellas en el artículo de presentación de Faraldo). Es cierto que uno diría que en esta novela hay algo profundamente alemán, de la misma manera que identificamos algo esencialmente eslavo en Sapkowski, o esencialmente inglés en el citado Roberts. Cada lector puede interpretar a su gusto si el emperador omnipotente de Eschbach es un trasunto de los kaisers o si la obediencia ciega de los tejedores de cabellos es un reflejo de la sumisión al nazismo, pero dejo anotado aquí el momento en que yo sentí un escalofrío de reconocimiento: cuando los revolucionarios penetran en el almacén de alfombras de cabellos, la sensación de sorpresa horrorizada es la misma que acompaña a la entrada de los aliados en los campos de exterminio.
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Solo pasaba para decir que hoy me leí esta novela y si eres uno de los que hizo posible la publicación darte las gracias ya que es una grandísima novela.
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