Ésta es la introducción que escribí para Está lleno de estrellas. Memorias de una afición, de Rafael Marín, que ha sido recientemente destacado en los Premios Ignotus 2016 de la AEFCFT:
"Los lectores que comiencen estas memorias se darán cuenta enseguida de que Rafael Marín ocupa un lugar privilegiado en el sistema del fantástico en español. Fan, escritor, guionista, traductor, crítico, ensayista, organizador de convenciones y opinador impenitente, se ha convertido en un personaje ineludible de diversos fandoms en los últimos treinta años (por lo menos). Como tal, su trayectoria, que él cuenta en estas páginas con una impagable mezcla de guasa y melancolía, resulta ejemplar para identificar algunas de las tensiones que han dominado nuestro campo durante su época.
De entrada, podemos definir el temperamento del fan activo promedio como ciclotímico: tan pronto se siente elevado a las cimas de la gloria como se ve hundido en lo más profundo de la miseria. Con frecuencia, los acontecimientos concretos que conducen a uno u otro extremo no son tan significativos, pero la reacción es radical. Es algo inevitable: en todos los terrenos de la actividad humana, las ambiciones corren el riesgo de verse frustradas, las ilusiones se agotan y los placeres se diluyen. Podemos etiquetarlo como el conflicto entre la realidad y el deseo. Pero para los aficionados al fantástico, el abismo entre una y otro es aún mayor, ya que sus visiones son tan vastas como el espacio y sus fantasías tan densas como la historia. De ahí que no haya fan que no se haya dado cuenta, tarde o temprano, del grotesco contraste entre su hambre de infinito y la pobre plasmación de sus proyectos. No obstante, no todos los que nos hemos dedicado a esto nos percatamos de la verdad más profunda: que no importa fracasar, sino haberse atrevido a soñar a lo grande. Es decir, no es relevante que el impulso artístico, erudito o asociativo se quede al final en poco o nada; lo relevante es tener ese impulso y sostenerlo, vivir la aventura. Por esta razón el fan ya es rico, pero raramente lo sabe.
Una de las formas que adopta esta ciclotimia, y que Rafael Marín ha experimentado en sus carnes, es la relación de amor y odio hacia la ciencia-ficción (una mera etiqueta comercial, aclaro, que en España ha visto muy ampliado su significado y a menudo se ha usado, entre aficionados de varias generaciones, para referirse tanto al fantástico en un sentido más general como al colectivo de fans que llamamos fandom y sus actividades). Rafael Marín ha huido de la ciencia-ficción (en sus diversas acepciones), pero la ciencia-ficción ha corrido más rápido y siempre le ha dado alcance. Efectivamente, como él otros escritores han comenzado su andadura en este campo y en algún momento de sus carreras lo han repudiado, con frecuencia sólo temporalmente, circulando en ciclos de alejamiento y aproximación. De nuevo vemos un contraste chocante, en este caso entre lo que se proclama y lo que se hace; de nuevo no tiene importancia. Porque el secreto de la ciencia-ficción es que es una enfermedad crónica: una vez contraída, ya no se cura. O dicho en términos menos tétricos: quienes hemos tenido la suerte de acercarnos a estos ámbitos de maravilla ya nunca somos los mismos, y los llevamos con nosotros como equipaje intelectual y sentimental toda la vida.
La razón más habitual que provoca el conflicto entre la realidad y el deseo, y la activación de este ciclo de cultivo y repudio de la ciencia-ficción en la carrera de los aficionados, es, naturalmente, la falta de éxito. Este éxito se puede medir ciertamente en ventas de un libro o una revista, pero en realidad no es necesariamente económico. La adquisición de reputación, la obtención de estima y respeto, es una moneda igualmente válida. No hay escritores malditos que estén satisfechos con su suerte, y los autores de culto suelen estar cómodamente muertos, lo que evita tener que escuchar sus quejas. En verdad hay algo únicamente trágico en la historia de la llegada a la madurez de la ciencia-ficción en España y su simultanea incapacidad para establecerse como base de una industria rentable. Los que vivimos este proceso desde la posición emocionalmente segura de la crítica o la edición estamos aún un poco sonados por este fracaso, como viejos generales que buscan sin éxito entender en qué momento se tomó la decisión errónea que condujo a la derrota; así que no puedo imaginarme lo duro que debe ser para los escritores que se dejaron la piel en el intento y por tanto tuvieron una implicación mucho más íntima. El caso de Rafael Marín, diáfanamente expuesto en estas memorias, es de nuevo ejemplar: como escritor ha sido exigente consigo mismo y versátil, a menudo excelente y nunca menos que bueno; como aficionado ha cultivado todo tipo de contactos, de base y de élite; como opinador ha tomado parte en los debates sustanciales de cada momento, tanto sentando cátedra como fajándose en polémicas; y como personalidad pública ha sido elocuente, participativo y encantador, sabiendo volverse imprescindible. Y lo más importante: ha mantenido esta actividad sostenidamente durante décadas sin desfallecer. ¿Qué más podía haber hecho? ¿Cuál ha sido su carencia, su pecado original, si es que se le puede achacar la responsabilidad, para que toda esta extensísima actividad artística y profesional no le haya convertido en un peso pesado de las letras? Ésta es una pregunta pertinente porque puede plantearse también, en buena medida, acerca de las carreras de muchos otros escritores y expertos de su generación. La respuesta no es fácil de encontrar, más allá del cliché de que el éxito está mal repartido y que lo normal, estadísticamente, es que las buenas obras no se vean reconocidas.
El tipo de escritor que estas circunstancias adversas (o, atendiendo a los ciclos, alternativamente favorables y desfavorables) han producido es, como demuestra la carrera de Rafael Marín, el de un experto en la reinvención. Es lógico: si el ambiente no es estable, la selección natural favorece a los que saben adaptarse. Es posible deplorar la ausencia de un contexto comercial más sereno en el que estos escritores hubiesen encontrado las condiciones para explotar a fondo sus hallazgos; podemos fantasear, en el caso de Rafael Marín, con unas continuaciones que explorasen el universo de Lágrimas de luz, o una línea editorial que multiplicase los superhéroes españoles de Iberia Inc, o una serie de novelas detectivescas protagonizadas por el ex boxeador Torre que fueran celebradas por su popularización de una cultura local, la gaditana, vivaz y colorista. Y sin embargo, un análisis comparativo con otros mercados más boyantes (eminentemente, el anglosajón) nos señala inequívocamente adónde conduce la relativa estabilidad comercial: al incardinamiento de los escritores en esquemas preexistentes de funcionalidad comprobada, al autoplagio de los éxitos, al estiramiento del chicle hasta que pierde el sabor, a la repetición y al estancamiento. Tanto es así que en la ciencia-ficción anglosajona los periódicos momentos de renovación (que han venido a darse uno por generación, aproximadamente) se viven como auténticas revoluciones. Pero para los escritores españoles, su carrera es una revolución permanente. Afortunados ellos: no disfrutan, en su mayoría y la mayor parte del tiempo, de la bonanza de un clima comercial templado; pero en su navegación entre tempestades y escollos, conocen una diversidad que es, en buena medida, su propia recompensa. Puede que no lleguen a ser maestros de nada, atareados en ser aprendices de todo; pero qué aprendizaje tan apasionante.
Enfrentados históricamente a esta situación, no es de extrañar que tantos autores y aficionados acaben tirando la toalla. Y sin embargo, el final de esta azarosa historia de búsqueda de la realización artística y el reconocimiento, cuando no del éxito material, es menos amargo de lo que trasluce el tono resignadamente irónico de estas memorias. Porque este ámbito de la ciencia-ficción y el fandom, algunas de cuyas tensiones y contradicciones he intentado describir, tiene sus propias compensaciones que a menudo pasan desapercibidas. Una de ellas, y no la menor, es que el género tiene memoria. Es posible leer la sucesión de proyectos de alcance relativamente corto en los que Rafael Marín se ha embarcado a lo largo de las décadas como un listado de frustraciones (y este libro tiene algo de eso), pero lo que es innegable es que, aunque el autor pueda pensar que esto no le compensa, su obra sigue muy viva. Al contrario de lo que podría suceder en otros campos, la falta de éxito comercial no supone el final de la aventura; a menudo se recuperan y se reeditan obras relativa o completamente deficitarias, gracias a la pasión, al entusiasmo y al compromiso de sucesivas generaciones de aficionados. La literatura fantástica es como una catedral construida a lo largo de los años y los siglos; con el paso del tiempo, la piedra descartada en un momento puede acabar siendo usada como clave de bóveda. Las novelas y cuentos de Rafael Marín, como él mismo reconocerá si se le pone en el brete, se han reeditado periódicamente y se seguirán reeditando; y lo mismo puede decirse de muchas obras de muchos otros artistas del género. Puede que no sean para nosotros las delicias de la fama y la gloria, pero lo que es seguro, a la vista de la historia, es que tampoco caeremos nunca del todo en el olvido."
Chapó Luis. Lo has clavao. Pero qué duro...
ResponderEliminarQué bonito y qué triste.
ResponderEliminarhttps://wordpress.com/posts/documentosh.wordpress.com